Vencida Cartago, Roma descubre su auténtica faz e inicia la conquista de la península Ibérica. Los hispanos, muy inferiores en potencial de guerra al ejército romano, se resisten. Y sobre los pedestales de su tragedia se edifica el mito que durante siglos alimentará una parte de la historiografía española, la de los recuerdos de un carácter indómito, la de la melancolía de una identidad perdida, la del sacrificio y la espada antes que cualquier rendición: Viriato, Numancia... Tras la victoria de Roma, el territorio peninsular ibérico se encuentra sometido a una misma autoridad política, a unas mismas normas jurídicas e, incluso, a un mismo sistema económico. El proceso de adaptación resultará duro para buena parte de los habitantes de Hispania que tienen que renunciar a muchas de sus costumbres, asumir la supremacía de los dioses de los vencedores, someterse a un nuevo orden jurídico y aceptar una nueva civilización basada en la concentración de la población en grandes urbes. Excelentes obras públicas, puentes, calzadas, acueductos, se multiplican por el suelo hispano.