Poco después de la caída de Salvador Allende en Chile, un artista que simpatiza con la Junta Militar de Gobierno llega a París para cantar sobre lo que él considera la nueva realidad del país. Un grupo de exiliados chilenos se topa con él y deciden secuestrarlo de una manera bastante peculiar: llevándolo de farra. Pronto, sin embargo, resurgen sus vicios más pesados: la incapacidad de organizarse, el asambleísmo inoperante que los obliga a votar hasta para tomar las más nimias decisiones, las diferencias de clase entre los exiliados burgueses y los exiliados obreros y, en particular, la vacía retórica de un discurso político más preocupado por conseguir aplausos (y fondos de ayuda internacional) que de resolver su situación.